Entre los encuentros que tenía contemplados al llegar a Montevideo, estaba conocer a M.Dellepiane, uno al que venía hace un tiempo considerando dentro de los productores más prolijos del continente, con quien además se hicieron buenas migas luego de publicar en octubre pasado el álbum que produjo para el cubano Gordo William: Caminos. Teniendo una idea de sus conceptualizaciones musicales, sabía que por ahí podría salir una buena nota si las cosas fluían. Y efectivamente fluyeron. Claro que una vez que arribé al shelter, imposible fue dejar de admirar aquella imponente biblioteca de vinilos que nos cubría las espaldas. “Esto es sólo la mitad de la colección que tenemos con un amigo… que también produce beats” – remataba, mientras de fondo sonaban algunos de los innumerables proyectos que esconde entre las herméticas cuatro paredes del refugio. El amigo es a quien presenta como Julio Dola, al que conocí días después acompañándolos a diggear a la Feria de Tristán Narvaja, como es tradicional en los domingos de los últimos cuatro o cinco años.
La vida del diggin’ es un viaje del que he tenido la suerte de conseguir algunas postales al pasar unos días de samples y beats, café y cheese, tortillas y rúcula, junto a los amigos Dola y Dellepiane. El arte del diggin’ y el sampleo, la obsesión por el conocimiento, el cuidado y respeto por las raíces culturales, los procesos de creación y conceptos sobre el beatmaking; son interesantes ideas que se entraman innatamente en sus conversaciones. Algunas de éstas me permití bajarlas a párrafos y compartirlas desde este blog, abordándolas, por supuesto, con el debido respeto y gratitud que merecen quienes me abrieron las puertas de sus casas y sus propios mundos.
Texto y fotografías por Darío Gutiérrez O. (a.k.a Güissario Patiño).
“¿Que tú y yo estamos locos, Lucas?”
La cosa es más o menos así. Me estoy tomando el primer expreso del día en la terraza del patio mientras escribo estas líneas de entrada. A pocos pasos, ya dentro de la casa, está M.Dellepiane moviendo la cabeza como loco mientras repasa incontables veces el loop del sample. Escucharlo improvisarse unos buenos versos quiere decir que consiguió el equilibrio que buscaba con ese ritmo. Mateo tiene 28 años, de los cuales más de diez los ha dedicado a ser deejay en fiestas y a la producción. A pesar de haber parado por algunos países entre Europa y América, su nombre prefirió mantenerlo en parámetros más underground, que es desde donde ha celebrado finas cosechas personales. Mientras tanto, la semilla de su complicidad en producciones discográficas de Hip Hop comienza lentamente a germinarse por países como Estados Unidos, Cuba, Bélgica, Argentina y también Chile, funcionando al tranquilo y sabio ritmo en que la vida ha ido moviéndole las piezas.
Unos metros más al frente, del otro lado de la piscina, está el también llamado Julio Dola. Encerrado en su habitáculo aplica jardinería avanzada a los samples que rescata entre los vinilos que chorrean de sus repisas. Entre los que ahí se contienen, más los que reposan en las estanterías del shelterde Mateo, Julio me confiesa que la colección supera los diez mil títulos. Productivamente, Dola es todavía más reservado que Dellepiane. A sus 35 no pretende estar inserto en ninguna movida, pero le apasiona el diggin’ y además explota la inspiración que le dan algunos de sus productores favoritos, entre los que resaltan Doom y Dilla. Los beats que cocina rebasan identidad y frescor, pero se los guarda para ese mundo individual que decidió habitar. Aún así, no se pierde la esperanza, ya que hay presiones de sus compañeros de Bistec Records con la intención de compartir un muestrario de su particular sonido, ojalá para este semestre.
Ambos brillan por su genialidad creativa, ambos cultivan sensaciones distintas con sus resultados, sin embargo, necesitan mantenerse cerca para potenciarse.
La rutina para estos días en que coincidimos en lo de Dola empieza desde temprano con uno o dos mañaneros antes del café. Se escuchan vinilos, principalmente de música brasileña, mientras se hace orden, mantención y jardinería en la casa. Un desayuno rápido y un chapuzón en la piscina alcanzan antes de llegar al mediodía, hora en que por lo general cada uno se ensimisma en sus máquinas y vinilos por unas cuantas horas más. Entre medio, las pausas son para desmenuzar el fruto de otra cepa, comer algo liviano, celebrarse algún sample, pegarse un par de sumergidas más o seguir escuchando discos; pero es ley que la función diaria gira en torno a samplear y producir nuevos beats. Yo sigo sorbetando la misma taza de café, en medio de todo esto que describo, sintiéndome afortunado de ver nacer aquellas muestras que van a quedar escondidas en carpetas, probablemente para siempre.
Más que productores, J.Dola y M.Dellepiane son dos seres que, además de hacer música, la coleccionan e investigan. Ambos se retroalimentan de samples y conocimientos. Conocen el contenido de cada disco que integra su colección. Saben lo que tienen, quieren lo que les falta, pero más les gusta encontrarse con lo inesperado. Así es como semana tras semana salen para hacer más rico su patrimonio y poder disfrutar lo que esto conlleva. Las fuentes de los buenos hallazgos son fortuitas. Puede ser un buen lote ofrecido por alguien que sólo necesita librarse de chachureos, o la tipa que justo esa mañana tiró paños en la feria y le pudieron comprar una edición de La Cosa Se Pone Negra de Rubén Rada en buen estado a muy buen precio. Una de las grandes adquisiciones del día, por cierto. Siempre está circulando material nuevo, pero hay que salir a buscarlo.
MD: Se compran muchos más discos que hace tres o cuatro años.
JD: Yo acá no veo un movimiento diggin’. Veo que ahora hay un movimiento en que la gente está comprando muchos discos, porque se están comprando la bandejita para escucharlos.
En la Feria de Tristán Narvaja ya son dos más de la casa. A eso de las diez de la mañana de cada domingo, religiosamente están Dola y Dellepiane saludando a la decena de caseros amigos que van apareciendo mientras caminan calle abajo de una de las ferias más tradicionales de Montevideo. Yo ya los he acompañado un par de veces. Van por el costado y no se detienen por mucho rato en ninguna estación que no sea una de las cuatro que tienen como punto fijo. En ellas se comparten historias con los feriantes antes de irse en picada hacia sus bateas (cajones) para revisar qué hay de nuevo. Por lo general, el puesto de “el Caste” es el destino final. Ahí es donde derechamente se instalan. Dola, sin descuidar la conversación y buen sentido del humor con los demás del grupo, aplica lectura detallada a los créditos de los trabajos que le despiertan interés. Dellepiane a ratos colabora orientando a otros curiosos que se van quedando entre los cajones. Una rutina similar para los días domingos tiene DJ RC, a quien conocí y me lo he vuelto a encontrar en los mismos menesteres.
En “lo de el Caste” se compran, intercambian o concesionan algunos títulos si es que se dan las condiciones. Él es sólo uno del universo de personajes e historias que ofrece el sub-mundo del diggin´ en Montevideo, fuente de incontables anécdotas que los amigos a veces narran.
MD: Es raro el mundo del diggin’, hay muchos personajes. Es como para hacer una película de Woody Allen. Varias veces se ha puesto brava la mano cuando hay que hacer transacciones. Lo que pasa es que las cosas se fueron dando, en ningún momento dijimos “somos diggers”. En un momento nos quisimos acordar y nos dimos cuenta de todos los discos que teníamos. Podíamos cambiar y vender, estábamos llenos de discos. Hasta ahora las alegrías han sido mucho más que los momentos de tensión con negociantes, lo que, quieras o no, te da cierta satisfacción que te eleva un poco los pies de la tierra, de lo que te está pasando en un mundo donde es todo guita. La gente más veterana ve que tenés curiosidad y estás interesado en sus discos, en sus historias… y que no los quieres cagar. Ver que hay gente que aprecie eso y que te lo devuelve, te dan ganas de creer en cosas, de que todavía se puede hacer música sin que haya plata de por medio.
En el auto del Dola sólo suenen beats. En casa sólo se escuchan vinilos. Salieron de la feria con buen botín esta vez, así que hay material para descubrir y samplear la tarde entera. El resto del tiempo siempre se está escuchando vinilos y conversando sobre música. La colección es buena y abundante, por lo que lo único faltante son horas al día para seguir escuchando discos y leyendas de autores como Milton Banana, Hugo Fattoruso o Eduardo Mateo.
MD: Se trata de escuchar música, de cuánto más quieras remar en el barco. Si no lo haces, sólo te quedarás e investigarás ahí, dentro de ese género. Esto no para, no tiene fin. El diggin’ es Hip Hop, porque todo el conocimiento que hay no para. Cuando empezás a ver que menganito se juntó con fulanito a tocar en el disco del chileno no sé qué. Todo eso te inspira a seguir buscando, a querer saber.
JD: Lo que me pasa con la música es que, cuando me intereso en algo, no puedo parar de investigar. Incluso llego a mi casa y sigo… y voy más allá. ¿Por qué ese sello? ¿Por qué ese loco tocaba ahí? ¿Con quién tocaba ése que me gustó? ¿Por qué ese momento? Esa profundización me llevó a conocer cosas nuevas. Los buenos artistas, muchos que son desconocidos, tienen un montón de discos que son increíbles. Cuando mirás la industria te vas dando cuenta de cuándo un músico era él y cuándo no. A través de sus discos te vas dando cuenta que sus caminos no son los de él, sino por los cuales los llevó el sello.
Las conversaciones te llevan a comparar realidades. Cada historia está marcada por acontecimientos que llevan sus respectivas bandas sonoras. De alguna manera, la música y el mercado son pistas elementales para interpretar a un pueblo y sus cicatrices.
MD: El diggin’ también trata de eso, porque una cosa es decir que fuiste y conseguiste el sample que te dejó contento para vivir… y después te vuelves a tu casa; pero otra cosa es entender toda esa historia o si había un porqué. ¿Por qué decían que fulanito era el músico loco? ¿Qué situación era la que él estaba pasando? ¿Por qué mengano escribía lo que escribía? Porque, obviamente, la música es la historia la historia es la música. Entonces, cuando vos ves que lo que lo que pasaba en tu país también se refleja en la historia de la cultura en la música, sabes que hubo un período de inspiración muy alto hasta comienzos de la dictadura, entre la mitad de los sesenta y los primeros años de los setenta. Llega la dictadura y muere mucha de esa inspiración y libertad que se había cultivado. Si hay algo, al menos, que sentí investigando, es el color sombrío de muchas músicas en la dictadura. Te ponés a pensar, te das cuenta de todo lo que terminaste estudiando a través de un sample que empezaste buscando. Eso te influye en los beats, en la música. La influencia no para, el diggin’ no para.
“Conocer las reglas, para luego romperlas”:
La visión que tienen como productores no es consecuencia de otra cosa más que de su obsesivo espíritu por la exploración y el saber. Ambos se inclinan por la originalidad, por rebuscarse el origen de los samples que quieren para sus producciones, por retransmitir las sensaciones que les causa la música. En esto M.Dellepiane tiene más curriculum. Recientemente fue reconocido como beatmaker del año en los “Premios al Hip Hop” de El Quinto Elemento. El mérito le fue dado, entre otras cosas, por los puentes que ha construido con artistas de la escena cubana y el rescate de las identidades culturales como base de sus conceptos musicales. La última es toda una cualidad hoy en día, tiempos en que la música se atrapa en el eterno homenaje al ayer o el plagio de la novedad, pero no se reinventa en sus propuestas de ser un reflejo socio-cultural. Bajo las propias palabras de Dellepiane, los emcees son una paleta de colores y pocos han sido los que le comparten los matices que quiere para pintar su lienzo. Es por eso que vive una filosofía muy contraria a la de un productor cualquiera. No precisa estar en los créditos de muchos proyectos, sino que funciona donde lo lleva su intuición y también donde se encuentran algunos caminos de la vida. Actualmente trabaja ideas para proyectos con emcees de diferentes países e idiomas, pero ninguno bajo apuro, todo va saliendo como parte del proceso creativo, que es lo que más disfruta.
Éstas son las instancias en donde puede repasar los vinilos de algunos de sus artistas favoritos y permitirse samplear pensando en el emcee. Reconoce que generalmente sus expectativas son correspondidas. De vuelta recibe los flows, el sonido, e incluso un contenido que se conecte con el origen creativo de su beat. La única recompensa que espera está en tal satisfacción por los resultados, por lo mismo es que no requiere rodearse de otra cosa más que un par de cogos, sus instrumentos… y un lote de vinilos por escuchar hasta encontrar ese sample que le haga gritar “OU!”.
MD: La magia es no saber qué carajo te vas a encontrar. Hemos tenido hasta premoniciones de discos. Ahí es cuando te vienen las ganas de hacer un beat, cuando menos pensabas hacerlo. No se trata de sentirse presionado a publicar discos de beats porque haces beats. Para nada. Soy fulanito, soy enfermo, compro discos, escuchamos música como unos enfermos y dedicamos tiempo a esto.
Tanto Dola como Dellepiane, ve en la música un beneficio que se aleja mucho de proyectarse en lo material. La música es un camino de mrespuestas y nuevas preguntas. Las producciones que engendra cada uno en su respectivo laboratorio, por alguna u otra forma, están siempre buscando rendir culto a las raíces culturales. Del candombe se habla con un respeto especial, por ejemplo. Ninguna producción tiene un sample puesto porque sí, lo que se transmite y resalta en el sonido del proceso final. He ahí una de muchas supuestas respuestas a la originalidad y calidad que nos ofrecen sus desinteresadas creaciones. Ambas referencias no menores que agradezco haber tenido la oportunidad de conocer y compartir.
MD: No hay que limitarse. Creo que está bueno generar una identidad musical con samples de tus lugares de origen y no buscar siempre en lo obvio. Primero hay que tratar de conocer el suelo donde se está parado. Como dijo un músico de acá: conocer las reglas, para romperlas.